martes, 30 de marzo de 2010

El don de la palabra

Desde un punto de vista científico, a partir de las ideas de Ferdinand de Saussure, se entiende por lengua el sistema de signos orales y escritos del que disponen los miembros de una comunidad para realizar los actos lingüísticos cuando hablan y escriben.

Según estudios antropológicos, durante el primer año de nuestra vida, empezamos a conformar nuestra identidad como integrantes de una familia inserta en una comunidad de cultura y lenguaje. Por lo tanto, el lenguaje nos define: identificamos lo que vemos porque tenemos palabras que definen ese concepto. Algunos conceptos e ideas se aprenden en el momento en que leemos y vamos enriqueciendo nuestro vocabulario. Si nuestro idioma no contiene determinadas palabras, nos será difícil entender el concepto (que a lo mejor sí existe en otro idioma).

Ni siquiera hay que viajar fuera de España para poner ejemplos. Un gallego dispondrá de más palabras para hablar de la lluvia que un andaluz: él empleará varios términos para referirse a la lluvia, en función de la fuerza y la cantidad con la que caiga el agua sobre la tierra, mientras que una persona que viva en Málaga, y sólo vea llover tres veces al año, dispondrá en su realidad de una o dos palabras para referirse a este fenómeno meteorológico. En resumen, nuestra realidad se limita a aquello a lo que podemos asignar conceptos y, por tanto, palabras, si no no existe.

De ninguna manera podemos considerar al lenguaje como algo inmodificable. Somos parte de una comunidad de hablantes que, más en estos tiempos, se mueve por todo el mundo, y aprende otros idiomas. Por tanto, otros conceptos que podemos incluir en nuestra realidad.
Decía Borges que el lenguaje no lo hace la Academia, ni el Poder, ni la Iglesia, ni los escritores. El lenguaje lo hacen los cazadores, los pescadores o los campesinos. Hay que acudir a las bases, donde se forma la lengua.

La globalización económica y política introduce, eso sí, conceptos bajo palabras que se escriben y se pronuncian siguiendo las reglas del idioma de origen. Una unificación que temen muchos lingüistas porque instaura el pensamiento que sustenta esa terminología.

Preservar nuestra lengua puede preservar la libertad de pensamiento. Pero tampoco hay que cerrar la puerta a otros vocablos, que podemos dotar de grafía castellana, y que nos conducirá a una realidad que no existía cuando se creó nuestra lengua en el siglo X.

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